Foro de la Semana Santa de Lorca - Fiesta de Interés Turístico Internacional
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La pasion que desprenden los encarnados
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Mensaje La pasion que desprenden los encarnados 
Hace ya tiempo me abia tropezado con este blog, y ahora he vuelto a tropezar con el y sinceramente la magia que desprenden sus palabras es unica, aqui os dejo el enlace al blog y el texto para quien tenga ganas de leerlo, merece mucho la pena, sobre toda va dirigino a nuestra virgen , a nuestro trocico de cielo a la virgen de la soledad y a sus costaleras.

http://glomar.blogspot.com/2006/05/virgen-de-la-soledad-las-costaleras.html


Más de quinientos kilómetros separan los paisajes de mi infancia, los primeros años de mi juventud, de esta cálida y acogedora tierra. No olvidaré jamás la tarde otoñal en que mis pies pisaron por primera vez sus calles cuajadas de historia. Aquel día sólo traía una dirección emborronada en un pequeño pedazo de papel que arrugaba nerviosamente en mi bolsillo. No sabía lo que me depararía el destino, ni imaginar podía que su barroca belleza, que su esplendor y magnetismo me harían quedar prendada de ella para siempre, hasta olvidar casi el nombre de las calles que me vieron crecer. Cuando alguna vez me vence la nostalgia de aquellos tiernos años, y recorro de nuevo, de vuelta atrás, ese medio millar de kilómetros para volver y empaparme de los recuerdos del ayer, no tardo en comprender dónde está mi verdadero hogar, dónde mi gente, dónde mi felicidad. Lorca, la patria de mis hijos, mi refugio, mi remanso de paz.
Entre lo mucho que ella me ha regalado, su Semana Santa ocupa en mi corazón un lugar especial. Me sorprendió sin previo aviso una primavera de hace ya siete años, cuando majestuosa, colorista, bulliciosa y plena de luz cambió mis esquemas para siempre, y me enseñó a mirar la Pasión y Muerte de Cristo con otros ojos.
Unos meses antes, un buen amigo y blanco de pro me llevó de la mano hasta Santo Domingo. Allí me mostró con emoción una imagen hermosa como pocas e intentó explicarme con palabras cómo sienten los blancos a su Virgen, a su Paso. Conservaré siempre la medalla que me regaló aquella tarde, símbolo de una admiración que nació a los mismos pies de la Amargura y que ya no podrá abandonarme. Pero aquel buen amigo olvidó relatarme la otra mitad, que hube de comprobar por mi misma cuando en los albores de la Semana Santa asistí a mi primera serenata azul. Cómo olvidarla. Agazapada en la puerta de San Francisco, escuché atónita cada viva y grabé en mi memoria expresiones, gestos inequívocos de una locura de la que me dejé llevar sin oponer resistencia.
Supongo que la dicotomía blanquiazul es un auténtico dilema para quién no la ha mamado. Para mí desde luego lo era. Cómo discernir entre tanta belleza sin sentir que renuncias a una parte impagable de este delirio.
En estas me encontraba cuando en mi periplo me acerqué curiosa a la parroquia de aquello que llamaban ‘El Barrio’, permitidme que lo escriba con mayúsculas. Y allí estaba Ella. Dulce, serena, de una belleza indescriptible, que conmovía, que casi dolía. Cobijada en su negro manto, de negro luto, con el corazón roto de dolor pero dispuesta para depositar dignamente a su hijo en la tumba, para dejarlo en el sepulcro y cerrar tras de sí la puerta, sabiendo que Él se queda ahí y que ella debe continuar en la tierra, enfrentándose a la oscuridad, al silencio en soledad… Soledad, con el corazón traspasado de dolor pero con la luz de la paz en la mirada. La paz de saber de su resurrección.
Ya no pude ni quise saber de más dilemas blanquiazules. De repente sentí que había encontrado mi sitio. No lo hizo la sangre, ni los genes. No está escrito en una partida de nacimiento, pero el profundo amor a una imagen, que es también el amor a un barrio, a sus gentes y a un Paso, que me abrió las puertas sin preguntarme quién era, ni de dónde venía, hace que hoy parte de ese orgullo rabalero también me bulla por las venas.
El próximo Jueves Santo, cuando la media noche apenas si caiga sobre San Cristóbal, como tantas otras encarnadas estaré a punto de cumplir un sueño. Y no me cabe duda de que nuestros corazones serán uno sólo cuando llegue el momento más deseado. Las puertas de San Cristóbal ya abiertas, y un olor a azahar de primavera recién brotada lo impregnará todo. Bajo el trono, un puñado de mujeres, con la mirada nublada y la sangre palpitando fuertemente en las sienes, sostendrán a la más bella rosa de abril, la rosa más encarnada. Con la emoción contenida y las manos firmes en los varales, el tintineo de un golpe seco de campana ahogará entonces las voces unánimes en el silencio de la noche rabalera… Será el grito más anhelado… ¡Al cielo con Ella! ¡Qué viva el Paso Encarnado! y ¡Qué viva la Semana Santa de Lorca!


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Mensaje Re: La pasion que desprenden los encarnados 
periago escribió:
Hace ya tiempo me abia tropezado con este blog, y ahora he vuelto a tropezar con el y sinceramente la magia que desprenden sus palabras es unica, aqui os dejo el enlace al blog y el texto para quien tenga ganas de leerlo, merece mucho la pena, sobre toda va dirigino a nuestra virgen , a nuestro trocico de cielo a la virgen de la soledad y a sus costaleras.

http://glomar.blogspot.com/2006/05/virgen-de-la-soledad-las-costaleras.html


Más de quinientos kilómetros separan los paisajes de mi infancia, los primeros años de mi juventud, de esta cálida y acogedora tierra. No olvidaré jamás la tarde otoñal en que mis pies pisaron por primera vez sus calles cuajadas de historia. Aquel día sólo traía una dirección emborronada en un pequeño pedazo de papel que arrugaba nerviosamente en mi bolsillo. No sabía lo que me depararía el destino, ni imaginar podía que su barroca belleza, que su esplendor y magnetismo me harían quedar prendada de ella para siempre, hasta olvidar casi el nombre de las calles que me vieron crecer. Cuando alguna vez me vence la nostalgia de aquellos tiernos años, y recorro de nuevo, de vuelta atrás, ese medio millar de kilómetros para volver y empaparme de los recuerdos del ayer, no tardo en comprender dónde está mi verdadero hogar, dónde mi gente, dónde mi felicidad. Lorca, la patria de mis hijos, mi refugio, mi remanso de paz.
Entre lo mucho que ella me ha regalado, su Semana Santa ocupa en mi corazón un lugar especial. Me sorprendió sin previo aviso una primavera de hace ya siete años, cuando majestuosa, colorista, bulliciosa y plena de luz cambió mis esquemas para siempre, y me enseñó a mirar la Pasión y Muerte de Cristo con otros ojos.
Unos meses antes, un buen amigo y blanco de pro me llevó de la mano hasta Santo Domingo. Allí me mostró con emoción una imagen hermosa como pocas e intentó explicarme con palabras cómo sienten los blancos a su Virgen, a su Paso. Conservaré siempre la medalla que me regaló aquella tarde, símbolo de una admiración que nació a los mismos pies de la Amargura y que ya no podrá abandonarme. Pero aquel buen amigo olvidó relatarme la otra mitad, que hube de comprobar por mi misma cuando en los albores de la Semana Santa asistí a mi primera serenata azul. Cómo olvidarla. Agazapada en la puerta de San Francisco, escuché atónita cada viva y grabé en mi memoria expresiones, gestos inequívocos de una locura de la que me dejé llevar sin oponer resistencia.
Supongo que la dicotomía blanquiazul es un auténtico dilema para quién no la ha mamado. Para mí desde luego lo era. Cómo discernir entre tanta belleza sin sentir que renuncias a una parte impagable de este delirio.
En estas me encontraba cuando en mi periplo me acerqué curiosa a la parroquia de aquello que llamaban ‘El Barrio’, permitidme que lo escriba con mayúsculas. Y allí estaba Ella. Dulce, serena, de una belleza indescriptible, que conmovía, que casi dolía. Cobijada en su negro manto, de negro luto, con el corazón roto de dolor pero dispuesta para depositar dignamente a su hijo en la tumba, para dejarlo en el sepulcro y cerrar tras de sí la puerta, sabiendo que Él se queda ahí y que ella debe continuar en la tierra, enfrentándose a la oscuridad, al silencio en soledad… Soledad, con el corazón traspasado de dolor pero con la luz de la paz en la mirada. La paz de saber de su resurrección.
Ya no pude ni quise saber de más dilemas blanquiazules. De repente sentí que había encontrado mi sitio. No lo hizo la sangre, ni los genes. No está escrito en una partida de nacimiento, pero el profundo amor a una imagen, que es también el amor a un barrio, a sus gentes y a un Paso, que me abrió las puertas sin preguntarme quién era, ni de dónde venía, hace que hoy parte de ese orgullo rabalero también me bulla por las venas.
El próximo Jueves Santo, cuando la media noche apenas si caiga sobre San Cristóbal, como tantas otras encarnadas estaré a punto de cumplir un sueño. Y no me cabe duda de que nuestros corazones serán uno sólo cuando llegue el momento más deseado. Las puertas de San Cristóbal ya abiertas, y un olor a azahar de primavera recién brotada lo impregnará todo. Bajo el trono, un puñado de mujeres, con la mirada nublada y la sangre palpitando fuertemente en las sienes, sostendrán a la más bella rosa de abril, la rosa más encarnada. Con la emoción contenida y las manos firmes en los varales, el tintineo de un golpe seco de campana ahogará entonces las voces unánimes en el silencio de la noche rabalera… Será el grito más anhelado… ¡Al cielo con Ella! ¡Qué viva el Paso Encarnado! y ¡Qué viva la Semana Santa de Lorca!


este lo lei yo ace tiempo,y la verdad ke te pone los pelo de punta por lo menos ami


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orgulloso de ser Rabalero

La humildad,es el don con el cual se diferencian las personas

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Bello, bellisimo!
No tengo palabras, solo lagrimas,
de admiracion por lo escrito
y lo descrito!!


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