La Virgen de los Dolores preside la primera procesión con su cortejo religioso

Tendrá que pasar aún algo de vida para que entiendas porque las manos que hoy te sujetan quieren que una tarde al año, casi siempre coincidiendo con la primavera, no faltes a ese instante en el que un pueblo se carga del más legítimo de los egoísmos para acaparar todo el amor posible, con el único propósito de devolvérselo multiplicado en forma de grito, de apretón de manos, de agitar de pañuelos, de corriente de lágrimas, o de un solo suspiro. No hay prisa. Llegará el día en que descubras que esa tarde de primavera se concentra en un solo momento, ese que vivido una primera vez ya no se olvida. Porque no podrás ni querrás deshacerte de la imagen serena de su rostro. No podrás ni querrás pasar por alto el amparo que transmiten sus manos cruzadas sobre el pecho. No encontrarás forma de escapar a la sinrazón del delirio por el color que la arropa, el azul; ni hallarás consuelo más grande que el que te proporcionará el retener para siempre en tu memoria, en tu alma, su mirada. Y cuando lleguen momentos duros, que habrán de venir, su protección será el más valioso de los escudos. Ayer fue esa tarde de primavera, tarde de Viernes de Dolores, ese instante volvió a hacerse presente. Los corazones volvieron a sobresaltarse al ver a la Madre Dolorosa partir desde su templo para sumarse a la primera procesión del año, para presidir el inicio de la Semana Santa lorquina. Este año más milagrosa que nunca.
Con paso sosegado y envuelta en delicada ornamentación, la imagen titular de la Hermandad de Labradores, Paso Azul, puso el broche de oro a un cortejo en el que, irremediablemente, estuvieron presentes las secuelas de la tragedia que el pasado mes de mayo sacudió a la ciudad. Aún superando la estela de lo vivido, los lorquinos se echaron a la calle para no renunciar a su fiesta más importante.
Azul fue el día y aún más azul se tornó la noche cuando la Virgen de los Dolores hizo su entrada en carrera sobre el trono de andas labrado en plata por el orfebre sevillano Juan Borrero, y portado por hombres y mujeres ataviados con túnicas azules en las mismas tonalidades que el manto de la Virgen, obra de Francisco Cayuela del año 1904.
Junto a ella, en señal de respeto, decenas de mujeres ataviadas con la clásica mantilla española procesionaron desde Floridablanca hasta el Óvalo para continuar con posterioridad a San Francisco, sede religiosa de la Hermandad de Labradores que, aunque resultó muy afectada por los terremotos de mayo, se ha podido rehabilitar a tiempo.
El cortejo azul fue eminentemente religioso. Del patrimonio en oro y sedas se exhibieron los estandartes de la Virgen de los Dolores (Guión), Reflejo y los de San Juan y María Magdalena. Todos ellos también son obra de Francisco Cayuela de principios del siglo XX.
Escolta de lujo también le dio a la Dolorosa el Escuadrón de la Guardia Civil a caballo, que acompañó a la talla de Capuz durante su recorrido procesionil desde la iglesia de San Francisco, en lo que se ha convertido ya en una tradición que se repite año tras año.
Envuelta en un sinfín de plegarias, la Dolorosa recorrió la Carrera principal en la que blancos y azules aguardaban vivir el primer Desfile de este año, ese que finalmente sí se ha podido celebrar. Muchos han sido los desvelos en los senos de las cofradías desde el fatídico 11 de mayo, pero la voluntad del pueblo y de sus sentimientos, una vez más, han sido más poderosa.