Pilar Ibañez Martín da el pregón de la Semana Santa 2014

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«Como pregonera me toca promulgar y publicar esa ley fundamental de Lorca que manda que cada uno se incorpore a su puesto y cumpla con su deber, para que todos nos encontremos en esa gran cita anual, que es a la vez litúrgica y ciudadana, y hagamos posible ese milagro que es nuestra Semana Santa». Con estas palabras anunciaba anoche Pilar Ibáñez Martín Mellado el inicio de la Semana de Pasión lorquina.
La pregonera lo hizo precedida por el pregonero del pasado año, el presidente de la Audiencia Provincial, Andrés Pacheco Guevara, en una iglesia de San Mateo repleta de público y a la sombra de las banderas de Lorca, del Paso Azul, Paso Blanco, Paso Encarnado, Paso Morado, Paso Negro y de la Archicofradía de Jesús Resucitado. Pilar Ibáñez Martín, marquesa de la Ría de Ribadeo y Grande de España, viuda del expresidente Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo, estuvo arropada por sus hijos y nietos, atentos al relato que hizo de la Semana Santa de su niñez y su juventud.
«Poco después de mi Primera Comunión empezaron en casa de mis abuelos los preparativos para la Semana Santa. No sería exagerado decir que parecía que una corriente eléctrica sacudía a la familia; y digo que no sería exagerado porque, como es sabido, el color de la electricidad es el azul. Mi abuelo Víctor era un aguerrido entusiasta del Paso Azul, del que fue nombrado presidente de honor pocos años después», contó, emocionada, Pilar Ibáñez Martín.
«Entre sus ayudantes de campo destacaba su hija Conchita, mi tía y madrina, que me llenaba las trenzas de lazos azules. Y si no recuerdo mal, la bandera del Paso Azul dormía alguna noche en casa», afirmó la pregonera, quien añadió que «solo mi abuela Emilia, que era una persona muy espiritual y de una bondad extraordinaria, permanecía al margen de aquel torbellino. Por qué, pues, aunque yo era pequeña, siempre me pareció que el misterio solo podía tener una clave: la abuela era blanca, pero, con renuncia ejemplar, sacrificaba sus sentimientos en el altar del amor conyugal».
Calificó la Semana Santa lorquina de «única en lo audaz y grandiosa en la forma en que están concebidas las procesiones». Y recordó cómo las vivió por primera vez el que por aquel entonces comenzaba a salir con ella y que más tarde sería su esposo, el expresidente Calvo Sotelo. «Vino con un grupo de amigos y se alojaron en el viejo hotel Comercio, que estaba enfrente de casa de mis abuelos. La algarabía de nuestras procesiones sobresaltó a sus amigos, y, sobretodo, a uno que era extranjero, con lo que siguieron camino a destinos más tranquilos. Leopoldo se quedó y se acabó casando conmigo».
De Lorca, dijo que su marido no solo apreciaba la Semana Santa, sino también «los paisajes que la rodean. Siempre se sintió atraído por los lugares desérticos, y en particular, por los de Tierra Santa». Su esposo, gallego, le llevaba de vacaciones a Ribadeo, a orillas del Cantábrico, en la provincia de Lugo.
«He sido muy feliz veraneando allí, aunque a veces me parecía vivir aquel cuento de Álvaro Cunqueiro en que una murciana, casada en Galicia, conseguía el milagro de cultivar y secar, en aquel reino de la lluvia, algo de pimiento, que luego molía para ofrecer a los vecinos una nostálgica torta, que quizás fuera poco más que un crespillo», señaló.
Emoción tras el terremoto
«De las veces que he vuelto a Lorca, quizás la que más me emocionó fue una visita que hice después del terremoto. Me paseé por la ciudad, hablé con la gente, estuve en Santa María de las Huertas, en San Mateo, en San Francisco, y pude admirar el enorme trabajo desarrollado por miles de lorquinos para restaurar su patrimonio artístico y monumental, y para devolver a Lorca su prosperidad y su esplendor», recordó.
Y agregó que «me sentí orgullosa de esa sangre lorquina y me entró una gran satisfacción al pensar que la vinculación de mi familia con Lorca se mantiene y, si Dios quiere, se mantendrá siempre». La vieja casa de sus padres en La Hoya ha cobrado nueva vida y prestancia «gracias al entusiasmo de mi hermana Emilia y de su marido, Miguel Doménech, que es extremeño, pero que con el paso de los años se ha vuelto el más lorquino de la familia».
Esta Semana Santa, insistió, la espera con mucha emoción. «Pues bien, después de tantos años, aquí me tenéis de nuevo, esperando con más ilusión que nunca la llegada de nuestra Semana Santa, esa Semana Santa que es tan difícil de describir y de contar, sobre todo desde la lejanía», concluyó mientras todos le aplaudían en pie.